5/2/18
Francia, por la noche.
Cariño mio,
Ahora, si no hay problemas, vas a saber todo acerca de lo que ocurre aquí. Sé que te llevarás una gran sorpresa cuando te llegue esta carta... ¡Si alguna autoridad la ve! (...)
Quizá te gustara saber como está el ánimo de los hombres aquí. Bien la verdad es que (y como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia pilla esta misiva) todo el mundo está totalmente harto y a ninguno le queda nada de lo que se conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania tiene Alsacia, Bélgica o Francia. Lo único que quiere todo el mundo es acabar con esto de una vez e irse a casa. Esta es honestamente la verdad, y cualquiera que haya estado en los últimos meses te dirá lo mismo.
De hecho, y esto no es una exageración, la mayor esperanza de la gran mayoría de los hombres es que los disturbios y las protestas en casa obliguen al gobierno a acabar como sea. Ahora ya sabes el estado real de la situación.
Yo también puedo añadir que he perdido prácticamente todo el patriotismo que me quedaba, solo me queda el pensar en todos los que estáis allí, todos a los que amo y que confían en mí para que contribuya al esfuerzo necesario para vuestra seguridad y libertad. Esto es lo único que mantiene y me da fuerzas para aguantarlo. En cuanto a la religión, que Dios me perdone, no es algo que ocupe ni uno entre un millón de todos los pensamientos que ocupan las mentes de los hombres aquí.
Dios te bendiga cariño y a todos los que amo y me aman, porque sin su amor y confianza, desfallecería y fracasaría. Pero no te preocupes corazón mio porque continuaré hasta el final, sea bueno o malo ( ...)
Laurie
"De repente, el soldado que me precedía se agachó, y yo me arrastré a cuatro patas para pasar por debajo de montón de materiales. Me agaché detrás suyo. Cuando se levantó, dejó a la vista un hombre de cera, estirado panza arriba, que abría la boca sin aliento, unos ojos inexpresivos, un hombre frío, rígido, que debía haberse escondido bajo aquel ilusorio refugio de tablones para morir. Me encontraba bruscamente de cara con el primer cadáver reciente que había visto en mi vida. Mi rostro pasó a pocos centímetros del suyo, mi mirada encontró la suya vidriosa, mi mano tocó la suya que estaba helada, oscurecida por la sangre que se le había helado en las venas. Me pareció que el muerto, en aquel breve cara a cara que me imponía, me reprochaba su muerte y me amenazaba con su venganza. Esta impresión es una de las más horribles que tuve en el frente.
Pero aquel muerto era como el vigilante de un reino de muertos. Aquel primer cadáver francés precedía centenares de cadáveres franceses. La trinchera estaba llena. Cadáveres en todas las posturas, que habían sufrido todo tipo de mutilaciones, esguinces y todos los suplicios. Cadáveres enteros, serenos y correctos como santos de relicario; cadáveres intactos, sin señales de heridas; cadáveres embadurnados de barros, sucios, como tirados de pasto a bestias inmundas. Cadáveres calmados, resignados, sin importancia; cadáveres terroríficos de seres que se negaron a morir, furiosos, inflados, resentidos, que exigían justicia y amenazaban. Todos con la boca torcida, las pupilas mates y su color de ahogados. Y fragmentos de cadáveres, jirones de carne y de uniformes, órganos, miembros desparejados, carne humana roja y violácea, como piezas de carnicería ya pasadas, grasas amarillentas y fofas, huesos que dejaban salir el tuétano, vísceras revueltas, como gusanos que temblaban al pisarlos. El cuerpo de un hombre muerto es un objeto de una repugnancia insuperable por aquello que es vivo [...]
Para huir de tanto horror, miré hacia el llano. Horror de nuevo, peor: el llano era azul.
El llano estaba cubierto de cadáveres de los nuestros, ametrallados, caídos con la cara hundida en el suelo, con las nalgas hacia arriba, indecentes, grotescos como marionetas, míseros como hombres, ay Dios!
Campos de héroes, cargamentos para los carros nocturnos…
Una voz, en la fila, formuló el pensamiento que todos callábamos: “Qué les ha pasado!”, que tuvo inmediatamente en nosotros este eco aún más profundo: “Qué nos pasará!”.
Gabriel Chevallier, El miedo
ACTIVIDAD: ¿Qué te parece la actitud del soldado Laurie?